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MUSO AUSENTE Por Langley

Texto escrito en el 2004 por mi tocaya y vieja amiga Daniela Anchundia, a ver si nos volvemos a ver tocaya

Y ella se sentó frente una hoja de papel en blanco, esperaba a su muso, a ese amor alado, una sonrisa inspiradora o alguna otra lágrima dispuesta a hacer bungee jumping desde su cara. Pero nada, las horas pasaban, y las letras no le hablaban decidían callarse justo en el único momento en que era vital para ella buscarlas y encontrarles nuevas combinaciones y significados.

Las metáforas se rehusaban a llegar, estaban todas ocupadas haciendo a un joven ignorante entender las ideas de Neruda y no había ninguna disponible por el momento. Todo estaba dicho, todo estaba ocupado y el muso no llegaba. A veces le parecía oír su voz a lo lejos burlándose de ella y de su incapacidad, rodeada de su risa sarcástica espero para volverlo a intentar.

Esta vez invocó a los dioses del Olimpo por alguna respuesta divina. Se metió a los confines oscuros de los vampiros, pero la sangre le perturbaba los sentidos y no podía graficar su significado mediante simples palabras sueltas.

Sola, en una casa enorme pero vacía, con la única luz celeste resplandeciendo sobre su rostro, frente a un teclado muerto, callado, frente a su impotencia literaria, un cuento dicho de mil maneras pero una historia tan falsa para cualquiera que no merecía ser contada, y mucho menos por alguien como ella.

La fantasía se calló la boca, los narradores ya tenían trabajo fijo en otros cuentos, nadie aceptó ayudarla y el muso no llegaba, no había nada que la salvase de una noche desinspirada. Una mariposa azul vuela bajo y la sorprende, baila en el aire examina a la rara niña y después se va. A ella le deja un vacio raro, ese segundo de belleza no alcanzaría para más de un puerco párrafo a doble espacio.

Definitivamente estaba perdida, ni el Chapulín por ser Chapulín podría defenderla de su bloqueo, de su auto tortura, de su falta de muso. Una pared cobra color, luego la siguiente y así hasta llenar completa la habitación de tonos azules, amarillos y verdes. Él está aquí es tan obvio. El motor de ilusiones coloridas, asesino de monotonías, al amor alado que había esperado toda la noche.

–Ya ves, has escrito sin mí. La hoja está llena.
– No, siempre estuviste aquí, solo que ninguno de los dos se dio cuenta.

FRAGMENTO

Escrito por Don Baucis,

texto extraido de la primera versión de este blog: www.sinimprenta.blogspot.com en el que le pedía a la gente que me mande textos, este texto nunca súper quien me lo mando pero después de seis años lo leo y creo que sé de quien es.

 

Sólo más tarde, cuando ya estaba sacándose los zapatos para dormir, notó que había usado la misma ropa que usaba cuando estuvo de viaje: los pantalones que se sentían ajustados por la tela cruda de la estaban hechos, medias de algodón oscuras –el pantalón era azul–, una camiseta del mismo material de las medias, la chaqueta de cuero y los zapatos de suelas de goma. De pasada, se habrá visto en los cristales de la doble puerta del edificio que antes de abrirse lo reflejaba de cuerpo entero, pero nada de eso le hizo pensar que había escogido la misma ropa. Sólo más tarde lo recordó; por los zapatos, que ató y desató marcando el principio y el final del día. Se habrá vestido sin pensar o apenas teniendo en mente que no volvería a casa hasta la noche, que los zapatos calzaban como guantes y la chaqueta no dejaba pasar el agua; pero fue como si la memoria hubiera seguido por su cuenta, alimentando ese recuerdo hasta que lo rescatara la conciencia –fortaleciéndolo mientras tanto- porque lo que sintió cuando buscaba asir el cordón áspero de polvo, no fue exactamente nostalgia de aquel tiempo, sino que tuvo la impresión de haber hecho un viaje. En zapatillas, fue a la cocina a prepararse un café. La idea le estaba dando vueltas mientras tanto. Buscó argumentos para rechazarla: no había ido lejos; fue al valle de la Franquía, a la biblioteca de la universidad por un tomo que recordaba haber visto ahí. Cuando los argumentos le parecieron convincentes y se calmó (a la vista las primeras ebulliciones de la cafetera), dijo que sería una lástima ponerle azúcar a este café (había en el aroma dulzura de humo y en el sabor a frutas ácidas, cuerpo). La coincidencia no lo había dejado en paz porque cuando estiró las piernas por debajo de la mesa, vinieron las veces que tomó café en ese saloncito de cuatro mesas y la barra camino del ascensor Polanco. Ya no pudo detener el encadenamiento de imágenes, la precisión de nuevas sensaciones –como la temperatura ambiente y la humedad del aire–, casi idénticas a las de esa mañana al final del invierno en Valparaíso. Pero no, era claro que no se podía llamar ‘viaje’ a los veinte minutos de carretera hasta el valle de la Franquía; algo más trazaba esa línea paralela, no solo eran las coincidencias de clima, vestido y gustos, sino esa voluntad inconsciente que le había empujado a encontrar iguales motivos donde ya no los había. Al posar sobre el platillo la taza vacía, temió que la cafeína lo mantuviera despierto y que entonces su desvelo creara la posibilidad de seguir buscando empates entre un tiempo y el otro. Talvez no había pensado en el café y fue ese impulso de revivir esas sensaciones lo que le llevaba, allende su voluntad, a recordar lo que no tenía pensado, a hacer lo que no pretendía.